viernes, 17 de septiembre de 2010

Sobre la "opinion pública"

La opinión pública es una ficción. Es cierto que las personas que conforman una sociedad determinada tienen una opinión, pero esta opinión no es un todo homogéneo. Hablar de la opinión que tiene una sociedad es estúpido, escandaloso, es incurrir en un reduccionismo abstracto que esquematiza, ordena todo un caos de opiniones (tantas como personas haya) y polariza, encuadra, segmenta. Por eso decimos que hablar de “opinión publica” es una ficción. Discutir luego la utilidad de esa ficción o, si se quiere, su valor como recurso epistemológico, es otra cuestión, donde probablemente acordemos en que conceptualizar el desorden de las opiniones en un esquema que nos permita estudiar de algún modo una sociedad determinada, no carece en absoluto de validez. Sin embargo aquí el tema es otro: evidenciar que la llamada “opinión pública” existe, como concepto, como ficción, pero existe y regula gran parte del entramado sociológico, económico y político. Negar la influencia de este concepto y su asimilación inmediata como reflejo de una supuesta opinión popular homogénea, es negar la trama que teje la información, los medios de prensa, el discurso político, histórico, sociológico, económico, y todo discurso que apunte a realizar un estudio social de pretensiones no excesivamente restringidas.
Pensemos en los programas de televisión abocados a la discusión política. ¿Acaso estos no asumen que existe un cuerpo social, matizado por supuesto, pero inclinado en su opinión hacia grandes cuerpos de discursos, cada uno con sus respectivas filiaciones y oposiciones? Digámoslo de otro modo: El que realiza un análisis social ¿Puede acaso carecer de ese instrumento fundamental que es considerar que la sociedad se divide en escasos campos de opinión, cada uno de los cuales posee su propia fuerza material, su propia categorización moral, sus especificas amistades y enemistades, sus propias tramas de intereses, de ideologías, etc.? ¿Qué estudio social, por más pretensión de veracidad que posea, puede escapar a este reduccionismo inválido, ficcional, pero útil? ¿Puede acaso un análisis sustentarse, o pretender hacerlo y extraer conclusiones contundentes, considerando que existen tantas opiniones distintas como personas? Inevitablemente se hacen reduccionismo, inferencias, inductivismos. ¿Es posible negar que la encuesta del investigador posee en la matriz indispensable de sus preguntas ya la polarización que se extraerá de sus respuestas? Si los estudios se dispusieran a considerar la heterogeneidad de las opiniones de las personas, cada encuesta debería ser una hoja en blanco donde el encuestado formulara sus propias preguntas y hablara de lo que quisiera. La pregunta: “¿Le parece a usted correcta la medida que ha tomado el gobierno respecto a X?” ¿No plantea ya una polarización? Sus respuestas se encuadrarán en dos grandes grupos opuestos ¿Cómo salvar el análisis sin caer en tales reduccionismos?
Entonces es totalmente legítimo objetar, desde una posición no comprometida con la evaluación rigurosa de los comportamientos sociales (pues en tal caso la cuestión pasaría a ser de qué otro modo es posible estudiar la sociedad: vieja discusión epistemológica), que tales procederes incurren inevitablemente en el error de ofrecer resultados y sentencias que no reflejan plenamente el comportamiento (o la ideología detrás del comportamiento) de un grupo social sino vistos a través de un caleidoscopio polarizador. Ahora bien, estemos de acuerdo en eso: protestemos y digamos que esa visión está errada, que produce resultados imprecisos pues parte de un objeto imprecisamente delimitado. Pero este no el mayor problema. Volvamos al ejemplo primario sobre los programas de televisión. Si un análisis político realizado desde la pantalla del televisor no puede escapar a este tipo de reduccionismo cuando emite un juicio, cuando cataloga, cuando habla de “lo que quiere la gente”, cuando refiere a un grupo político determinado, cuando juzga un evento social, cuando ataca o defiende a un personaje, entonces, ¿qué es lo que ese análisis (repitan “mal hecho” cuanto gusten) genera en el televidente? Y no olvidemos que ese proceder no es solo el de ese análisis en ese programa de televisión, es también el de cualquier noticia, porque supone una moral determinada (y las morales manejan matices, pero recordemos que todo matiz lo es en referencia a dos extremos), es el de los medios gráficos, es el de la crítica de medios, es el de la crítica de la crítica de medios, etc. Repitamos la pregunta anterior: ¿Qué influencia tiene esta actitud en el receptor (pasivo, activo, hemos dicho antes que asumimos que cada receptor tiene una opinión distinta a la de todos los demás receptores)? ¿No condiciona de algún modo esta actitud a aquel que recibe la noticia haciendo que la polarización se cuele en la noticia misma como parte de ella? ¿No hay en toda noticia (subjetivada), en toda crítica, una moral que ofrece héroes, mártires y villanos? Y ahora cuestionémosnos algo más sencillo aun ¿No conviene a los intereses que ofrecen una noticia plantearla en estos términos? Bien.
De cualquier modo, lo más fundamental a tener en cuenta es que la realidad termina siendo condicionada por su propia imagen mercantilizada. La visión que una persona acaba por tener, la visión que una persona acaba por considerar válida, regulativa, paramétrica e interpretativa de las iniciativas políticas y sociales, es esta visión polarizada. Porque ¿Qué hace la crítica de medios? Cambia los roles de héroes, mártires y villanos, los permuta, pero no los elimina. ¿Por qué? Porque al fin y al cabo, la matriz que sustenta esos roles es la matriz que, de algún modo, se encuentra ya en las personas para recibir una noticia. Porque la moral es lo primario, luego vendrá la inteligencia a tratar de legitimarla. La polarización es una circularidad que comienza en los televidentes y estos reciben nuevamente, ya maleada, ya forzada, de los emisores de la información.
Todo contenido requiere de una forma para poder ser, y la forma de la opinión es la moral.



sábado, 6 de marzo de 2010

Encomio de los pequeños pasos

El fatalismo, la negación apriorística de la actualidad política como paradigma de la decadencia o el terror, la hiperbolizacion de cualquier error, infortunio o desliz involuntario del sector dirigente, y su postulación como ejemplo de la supuesta equivocación constante o de la lisa y llana “mala fe”, son algunas de las actitudes que redundan en el despotismo ideológico de la difamación a-critica y el escepticismo infundamentado. Caer en esa veta del pensamiento político solo puede responder a dos actitudes: su exposición en representación de intereses (de clase, de partido, de orientación ideológica) contrapuesto al oficialismo, o su adopción como mero criticismo lúdico y desprovisto de todo carácter reflexivo racional.
El presente político argentino, como momento histórico particular y controvertido, merece un análisis cuidadoso. Jamás la disertación política estará desideologizada. Afortunadamente. Sin embargo, quien se proponga realizar el estudio de manera interesada, paciente, critica, y sopesando ventajas y desventajas con total impunidad, podrá alcanzar cierto margen de exposición objetiva que, como todo hecho, como todo factum, solo adquirirá sentido cuando sea mediado por alguna interpretación.
Digamos una verdad: El peronismo es, ante todo, una corriente y un proceso complejos. No se puede hablar de peronismo seriamente y hacerlo con liviandad, desde el mismo momento en que la dinámica histórica del peronismo se trasluce en un concepto que da vueltas, se retuerce, gira sobre sí mismo y se nos aparece con otra imagen. El peronismo es muchas cosas, varias de las cuales son entre sí contradictorias. Se deja sentada aquí tal interpretación de modo que el lector sepa que quien escribe no pasa por alto las dificultades teóricas que existen para hablar de un asunto que es, quizás, el más políticamente controvertido de la historia argentina.
Pero de lo que aquí se quiere hablar no es de peronismo ni de sus reveses historiográficos. Aquí se quiere hablar del oficialismo y de sus posibilidades de andar, o seguir andando a los trancos en un terreno que le es áspero y hostil.
Decir que el gobierno actual es peronista es decir mucho y no decir nada, pero es, ante todo, decir que cuenta con enemigos naturales. Las generalizaciones apresuradas son en Argentina una de las costumbres folklóricas más impregnadas: Si tenes simpatía por la gestión de Cristina sos peronista. Eso es hablar con ignorancia e ingenuidad. Pero bien ¿A que apunta tal ofensiva, tal calificativo inmediato? A la destrucción de todo análisis crítico de la situación. Apoyas a los “K”, luego sos peronista. Sos peronista, luego, el 50 % de los argentinos, los llamados irracionalmente “anti-peronistas”, te odian. Sos peronista pero apoyas a los “K”, luego, el “peronismo disidente” (otro 25 %) te odia. Te odian. ¿Por qué? Porque sos un peronista “K”. ¿Importa si vos afirmas que no sos ni peronista ni “K”, y que en lugar de adoptar el dogmatismo generalizante de una estructura, no juzgas a priori y tenes tus razones no-dogmaticas, no “¡Perón, Perón!” para pensar lo que pensas y apoyar a quien apoyas? No, no importa. Sos un peronista “K”, por lo tanto, raza execrable y erradicable de la faz de este suelo patrio enmohecido de subversión setentista.
Esto es cierto, y lo trágico, o lo ridículo, es que todos estos juicios que califican y descalifican rápidamente al otro, son emitidos por quienes deberían pensar y meditar las cosas. Quienes representan a los partidos, a las facciones son aquellos que enarbolan la bandera del juicio inmediato, de la desaprobación por rótulo. Son ellos quienes crean el juicio, y luego el resto, todo el resto, traga y escupe lo mismo deglutido y depurado de lo poco que quedaba de razón en ello. Pero no es el tema aquí echar culpas ni transitar el largo discurso que desenmascara a los formadores de opinión, a los revanchistas, a los fanáticos, y a los desinformadores. En este espacio solo se pretende reducir al mínimo todos los escrúpulos partidarios y dejar que hable esa voz, que nadie escucha porque todos se quedan en captar de donde viene (cuando en verdad no viene de ningún lugar conocido), desde donde dice lo que dice, y se pierden el contenido, con el que se puede estar o no de acuerdo, pero que de uno u otro modo, escuchando, pensando, nos ayuda a obtener los argumentos y la posibilidad de pensar los contra-argumentos, pero principalmente la posibilidad de pensar, y de dejar de lado el odio irracional para dar sitio a la discusión que, inequívocamente, mal o bien, construye; siempre.
Esta voz dice: “Yo no soy peronista. Yo no soy Kirchnerista (no me gusta decir “K”, remite a una jerga ideologizada, y precisamente a una ideología con la que no simpatizo). Soy argentino. Soy de clase media. Estudio y trabajo. No me gusta la violencia, de ningún tipo, y no creo en la venganza ni en las revanchas. Simpatizo, si, con ciertas ideas socialistas. En un sentido quizás laxo: Creo que todos merecemos vivir bien teniendo los recursos naturales para hacerlo, y me fastidia, me atormenta que muchos vivan como reyes en el siglo XXI mientras las clases que mueren de hambre, que germinan en la indigencia se mantienen en la misma impertérrita condición. Y así como creo esto, creo que todos los que puedan llamarse con honor hombres, piensan lo mismo, porque no pensarlo es atentar contra el género humano, es decir, contra sí mismos. Y tal actitud es con poco estúpida.
Leo los diarios y me mantengo informado, asimismo leo aquellas cosas que considero contribuyen a mi formación crítica y política. Me formo a voluntad. Es un gusto que tengo. Hablo de política, bastante. Discuto y me peleo, es cierto, pero de toda discusión enérgica extraigo algo, al menos nuevos argumentos que aparecen al conocer los argumentos de mi interlocutor. Considero que tal tarea es constructiva, y lamento que muchos de lo que tienen, además del pensamiento y la formación para discutir, las herramientas para transformar, no puedan observarla del mismo modo.
Sin embargo, aunque me mantengo en lo posible desinfluenciado y como un observador critico y desconfiado, no gozo del dañino esceptisismo que devasta por completo el pensamiento reflexivo y cuestionador. Creo en muchas cosas porque no creer en nada no puede concluir más que en el desprecio por la sociedad entera y en su condena irreversible a la destrucción. No lo descarto como posibilidad, pero pensar en eso quita sentido a mi existencia.
Ahora bien, yo apoyo el gobierno de Cristina Fernández desde mi humilde lugar. Apoyo y creo en una dinámica que no tiene como fin el peronismo, pero en la cual, un gobierno como el actual es sin duda un paso importante de progreso. Aborrezco a la derecha. Pienso que la derecha que se gesta hoy no tendría problema en generar un clima de desprecio por la administración pública y regresar al liberalismo que fue nuestra caja de Pandora. Pienso que la derecha no tendría problema en reprimir hasta límites obscenos a cualquier manifestación de “cabecitas negras”. Sin duda no habría manifestaciones del agro porque todos los muchachos estarían contentos con una porción generosa de la torta. La derecha haría que los pobres estén más pobres y los ricos más ricos, y si, habría la misma o más delincuencia que ahora, a no ser que la represión sea tan cruenta que de un golpe maten a todos los “negros”. No me extrañaría que conceptos como “estado de sitio” o “toque de queda” regresen a nuestro vocabulario cotidiano. No me extrañaría que el desempleo se vaya por las nubes, que aumente la mortalidad infantil y la desnutrición. No me extrañaría que hablar de servicios públicos se vuelva un anacronismo. No me extrañaría que se reduzcan los presupuestos de la educación, la salud, que se aniquilen los subsidios, que encontremos a viejos amigos en el norte y nos demos la mano con los organismos de crédito mientras nuestras reservas son engullidas por los Macri, los Duhalde, y cía. y la deuda se paga con mas deuda o con la reducción del presupuesto nacional. Tampoco confío en que se disuelva la inflación, aunque les tendría fe a los muchachos en que logren reducir un poco los salarios, digo, para pagar la deuda o inaugurar unos cuantos “petit hotel”. Y tampoco dudo de que quizás nos estemos enterando de todo esto 10 años después, porque seguro que en el “diario de todos los argentinos” seguimos ganando la guerra de Malvinas.
No, no me gusta ni un ápice la derecha.
¿Por qué apoyo al oficialismo? Porque creo que se han tomado, por primera vez desde hace mucho tiempo, medidas que no tienen miedo de los demás poderes, los desafían, y se hacen en favor del pueblo, en favor de la gran masa de los argentinos. Retenciones, ley de medios, reforma política, asignación universal por hijo, fuerte política de derechos humanos, etc. Podría decirse también que es un gobierno que nacionaliza, y la nación somos todos. Las empresas privadas son el otro. El otro que no tiene ningún miramiento sobre nosotros. La empresa privada solo observa la ganancia, el servicio público observa el bien común. Esto no se da en este curso simplemente porque la burocratización y la ineficiencia (en gran parte proyectada por los mismos empleados públicos que se sienten más permitidos trabajando para el estado y no cumplen su tarea como debieran. Es como en las escuelas: Si trabajas en una privada cuidate porque si te tienen que despedir te despiden, sin ningún problema, pero eso sí, hace lo que la escuela te dice y no lo discutas. En cambio en la pública para despedirte tenes haber matado a un pibe) entorpecen la realidad significante del Estado: El Estado somos todos para todos, es nuestro momento de unión, nuestro momentos de unidad. En cuanto hay quienes desprestigian lo “publico”, quienes lo pisotean, lo minusvaloran, lo rechazan, la unidad se pierde y solo quedan aquellos cuya única alternativa es aferrarse a lo público, ya sea por principios o por carencia de medios para acceder a lo privado. Y los que sabotean lo público son más o menos los mismos que lucran con lo privado, y como siempre, los que se creen el discurso de esos y se vuelven la típica clase media argentina: involuntariamente golpista, involuntariamente neoliberal, burguesa, y, como rasgo distintivo por antonomasia, involuntariamente elitista, elite a la cual no pertenece. Desgraciadamente el “virus clase media” se propaga rápidamente y se pueden observar engendros tan extraños como el tipo que vive en una casilla, con todas sus posibilidades limitadas y vota a un candidato de derecha. En fin: lamentablemente Argentina.
Es por esto que el gobierno de Cristina merece el apoyo de todo aquel que se crea progresista o crea en la esperanza de una patria justa, de un mundo justo, de todo aquel que crea en el horizonte de la frase ya célebre de Eduardo Galeano: la igualdad, la utopía. La utopía es tal porque se encuentra tan demasiado lejos que nos es imposible pensarla como un lugar real, accesible. Queda por ello siempre relegada al margen de un topos onírico, una esperanza irrealizable. Un sueño. Pero eso es así porque jamás logramos acercárnosle. Siempre estamos igual de lejos. Cambiamos, cambiamos lampedusianamente, porque al fin, siempre seguimos igual. No nos acercamos. La violencia no sirve, la revolución armada no sirve, la lucha desquiciada y el intento de convencer al otro son alternativas que, más allá de ser caducas, están mal. El otro no tiene que ser un objeto al cual nosotros transformamos aprovechando su pasividad, porque eso solo es útil para que ese otro nos sirva como una herramienta, como un objeto, no como una persona. Y esta estrategia nos niega asimismo a nosotros como sujeto ideológico. ¿Tanto hablamos de revolución, de igualdad, y en definitiva ponemos al otro en ese miserable lugar de ser madera para nuestro cincel? ¿Acaso no éramos iguales? ¿O el otro solo es igual a nosotros si piensa lo que nosotros pensamos porque lo convencimos de ello? Nuestro lugar, el lugar del “revolucionario”, el lugar del “progre” (salvando las distancias entre ambas radicalidades, en esta lucha lo primero es concertar la unión, buscar las similitudes y no las diferencias como ha hecho siempre la izquierda mundial) es ayudar al otro a pensar. No con la soberbia de creer que nuestro pensamiento es el correcto. No hay tales pensamientos. Sino con la certeza de que nuestro nivel de análisis, nuestra capacidad crítica es mayor que la de muchos, a los que debemos secundar, incitar, y menor que la de otros tantos, de quienes debemos recibir formación y con quienes debemos discutir para aprender. Nuestro lugar, ya sea ayudando o recibiendo la ayuda, nunca debe ser pasivo.
Y en todo esto, si uno no piensa ya en luchas armadas y demás, el papel del gobierno de Cristina es fundamental: es un paso hacia delante. No es la derecha. No es la burguesía neoliberal. No es el peronismo reaccionario. Es una alternativa que apunta hacia un sitio más justo. Si, apunta, y cuando dispara se queda corta, muy corta, pero al menos avanzamos un poco. ¿Por qué entonces apoyar a este gobierno y no a otros que podrían disparar y llegar más lejos? Porque es dudoso que existan quienes puedan hacer eso en este país, cuando se ve a un Pino Solanas que lo único que hace es dar argumentos a una derecha que se va engrosando con opiniones de todos lados mientras él, y la clase que supuestamente representa no obtendrá nada de productivo (que si lo obtiene en definitiva deja de ser progre, pues sus principios se desbarrancan automáticamente); o se ve a un PO que sigue mirando al horizonte distante con la intención de pegar un salto y llegar a él en un movimiento; O a cualquier otra agrupación de supuesta izquierda donde sus participantes son igual de corruptos, igual de necios que quienes son hoy la oposición mas evidente. El oficialismo es, entonces, una fuerza que ejerce el poder con autoridad, que se encarga de juzgar a la siempre amenazante clase golpista, que contesta, que dice, que no se guarda, que es a veces dura (y petulante dirá la oposición), en definitiva: que ostenta el poder como debe hacerlo. Pero también es una fuerza que progresa, que se aleja de la derecha, que habla con Chávez, con Lula, con Evo, con Correa, que, lo que no es menor, tiene discursos potentes que recuerdan un poco a algunas palabras de Evita (que eran, muchas, palabras que no tenían porque discurrir necesariamente en el ámbito peronista, eran palabras que se podían haber situado bajo el aliento de cualquier persona de bien que quisiera la igualdad social), discursos que se ponen a disposición de un pueblo, con y para él, aunque el pueblo, distintamente a otrora, no lo sepa hoy escuchar. Por esto es que el oficialismo debe oficializarse. El oficialismo, hoy, tiene la necesidad de que todo “progre” lo secunde para lograr vencer a sus enemigos. Para que desaparezca por fin la derecha y el fantasma de los noventa. La verdad real es esta: El Kirchnerismo es el único que puede vencer a nuestros peores fantasmas, porque tiene la fuerza y la ideología necesaria.
Pero bien, la cosa no acaba aquí. Es necesario pensar un hilo histórico posterior para evaluar este pensamiento, esta apología del oficialismo en toda su dimensión. ¿Qué pasa luego? Pensemos que lo dicho hasta aquí tenga la capacidad de contagiar a todos los corazones y el pueblo apoye el gobierno de Cristina. Entonces, el oficialismo se oficializa. Pero el oficialismo se quedaba corto en cuanto al alcance de la fuerza ideológica progresista, es progre hasta un límite no muy lejano. ¿Qué pasa con quienes lo apoyamos sabiendo que nuestro ideal llega mucho más lejos? Pues bien, ahora que han desaparecido los fantasmas, que el país se despobló de golpistas, que las privatizaciones no son más que un mal recuerdo, nuestro deber, como “revolucionarios” es oponernos al Kirchnerismo.
Dirán que el esquema (salvemos la noción, aquí se plantea un esquema, que tiene un fin, que se proyecta, y que considera el progreso constante, no es algo menor pensando que hoy escasea) es propio de una mente bipolar, esquizofrénica. Pues no, hace falta pensarlo un minuto y darse cuenta que es el único modo que tenemos, en la actualidad, de llegar a un estado mas evolucionado. Paso por paso. Apoyando todo progreso por mas mínimo que sea, pensando en que luego de que ese progreso de afirme, se haga statu quo, nuestro deber pasa a ser luchar contra él para superarlo. No es más que una dialéctica histórica, democrática y lenta. Pensando que quizás otros modos dialecticos no han funcionado o han querido dar saltos demasiado grandes llegando a cometer atrocidades. Hay que reconocer que “progresar” es avanzar en un sentido particular, orientado, ideológicamente positivo. Y para avanzar se puede correr, saltar o caminar. Quizás caminando, acostumbrándonos en un transito cansino hacia una meta ineludible, saboreando cada paso haciendo de la victoria una rutina, lleguemos mejor y más rápido que corriendo o saltando, pensando que intentando avanzar velozmente muchos se quedarán en el camino y, a fuerza de diversas pasiones, querrán sabotear nuestra empresa.
La teoría del paso hacia delante no es más que una propuesta, una idea, del modo en que el revolucionario debería encarar la propuesta del mundo contemporáneo. No estamos ya en el 17, tampoco en los 60 ni en los 70. Las estrategias, necesariamente tienen que cambiar, adaptarse a los nuevos suelos, a las nuevas fertilidades. Argentina tampoco es Venezuela ni Ecuador, mucho menos Bolivia. Argentina no es ni siquiera como Brasil. El peronismo sucedió acá. Ese fenómeno que aun nos entretiene o atormenta, que nos apasiona y nos provoca la discusión y la reflexión, esa cosa tan rara sucedió en Argentina. Y Buenos Aires, el centro político e ideológico de Argentina, es la ciudad que nunca se acostumbra a ser latinoamericana. Desde San Martin, la perla europea perdida en el Río de la Plata aun reniega de su equivoco destino. Por eso, por lo complejo del asunto, por la dificultad que tenemos para lograr el cambio positivo, el avance, por la rotunda inexperiencia histórica de no haber gozado jamás un gobierno socialista, nuestro país se merece probar pensar, de una vez, cual es su destino y cuál es la mejor forma de alcanzarlo. Y si ese destino no nos conviene, hacer todo por cambiarlo a nuestro gusto. Solo así, desprendiéndonos del odio, de las mascaras rotulantes que suscitan el desprecio inmotivado, de la petulancia, de la arrogancia injustificada, aceptando nuestras miserias y subsumiéndonos bajo la crítica constante, podremos superar toda una historia de piratas propios, de corrupción y manipulación descarada de las verdades patrias. Sepamos quienes son los malos en la historia y quienes nos pueden dar una mano para que, el día final, cuando la historia llegue a su superación máxima, el trofeo de la victoria sea de los buenos, de todos".

El instigador de brumas

martes, 29 de diciembre de 2009

La historia de Mariana

Lo encontraron en Morón a las 18 hs. Inconsciente, como drogado, tirado en una esquina. Eusebio tiene 11 años. Había desaparecido cuando iba a la escuela, de mañana. Mariana se puso como loca cuando se enteró que su hermano no había entrado nunca a la escuela. Llamaron al padre y le avisaron. En seguida se puso a buscarlo con sus amigos de la comisaria y por suerte lo encontraron más tarde como ya se ha dicho. Qué situación angustiante, qué experiencia traumática para Eusebio.
“Son cosas que suceden” le dicen las amigas a Mariana en el recreo del día siguiente, acostumbradas a ciertas situaciones que a algunos nos son severamente lejanas y espantosas. Están en segundo año de polimodal, tienen dieciséis años. Las profesoras las observan mientras comentan el suceso del día anterior. “Hay que contenerlos”, “Los contenidos ya dejaron de ser lo primordial”, “Nuestro trabajo no es ya enseñar Química, Física, Lengua, Historia, nuestro trabajo es darles una formación moral para manejarse en el mundo lo mejor posible”, “Una educación humana, social”. Las chicas se distraen charlando sobre chicos; lo de Eusebio ya pasó, ya se solucionó. Quizás cada una de ellas tenga historias semejantes para contar; hermanos ya traumados, vidas ya traumadas, marcadas por el fuego estigmatizante de la historia precoz. Sin embargo hay historias que desbordan, que colman lo esperable. Hay historias que paralizan, y de tanto que paralizan, se vuelve necesario contarlas y distribuirlas, para que la parálisis se procese al fin, y de ella podamos sacar una movilización positiva, una negación de la inerme quietud ante lo trágico.
Una tarde, 5 meses después de lo sucedido, Mariana recibe una llamada. Desde el hospital le informan que su hermana está muy mal. Parece que los sobrinos de Mariana también están internados, graves. Dos niños tienen 1 año y otro cuenta 7. Mariana acude rápidamente al hospital y allí le informan que al parecer todo se debe a una intoxicación. Sospechan de alimentos en mal estado o vencidos, la especulación más probable, más esperable. Error. Lo “más probable” es una categoría arbitraria, relativa. Lo más probable para un medico de clase media es quizás impensado para una familia disfuncional y pobre de Libertad. Mariana se entera que su hermana, angustiada por pelearse con su marido (y violentada en su fuero interno por vaya a saber uno qué mareas voluptuosas, suicidas) ingirió veneno para ratas, del cual también dio a tomar a sus hijos. La desesperación, la increíble y voraz decisión de “ya nada importa”, de “ya nada tiene sentido”, y desplegar eso, bajo un instinto negador de toda racionalidad hacia “el resto del mundo”, lleva a cometer los actos más viles y cruentos. De cualquier modo, qué lejos está quien escribe, y los probables lectores, de contar con la capacidad suficiente para evaluar el asunto en toda su complejidad.
Uno de los mellizos muere rápidamente por inanición. Desde que los internaron no quiso comer. El chico de 7 años, quizás por su consciencia más reacio a ingerir el veneno, se encuentra mejor y con una probable recuperación rápida. La hermana de Mariana está bastante grave, está deshidratada y puede fallecer en cualquier momento. Es quien ingirió mayor cantidad de veneno.
Al día siguiente Mariana va a la escuela. No tiene ánimo de copiar, pero copia. Tampoco quiere hablar con nadie, ni contar lo que le está pasando, pero charla de chicos con sus amigas. Quisiera poder irse antes de tiempo, romper la silla contra la pared, gritar, llorar, llorar todo el día sin que nadie la moleste. Pero no, no puede, no debe.
Mariana transita el día lectivo pasando casi desapercibida. Los profesores notan algo distinto en ella, pero bueno, “todos tenemos malos días”.
Mariana pasa por la primaria a recoger a su hermano. Llegan a la casa y prepara la comida. Su madre trabaja todo el día y recién pueden verla un rato por la noche o los fines de semana.
Más tarde van juntos a visitar a la hermana internada y a los niños sobrevivientes. El esposo de su hermana, el que la abandonó, se quedará solo con el chico de 7 años, el único al que quiere. El niño de 1 año tiene un futuro incierto. Su madre internada, irresponsable, enferma. Su padre que no lo quiere. Y Mariana, entonces, decide quedarse con él y cuidarlo. Mariana, que tiene 16 años, que debería pensar en muchachos, en ir a bailar, en divertirse. Pero la diversión y la juventud a muchos les pasan por el costado, los esquivan, los discriminan.
Pasa el fin de semana. El chico de 7 años ya es dado de alta y se muda con el padre. Mientras, el de 1 año permanece en observación; su estado de salud es delicado y su sistema inmunológico inexperto. La hermana de Mariana sigue grave, en estado latente, a punto de expirar a cada segundo.
Uno se pregunta cómo llega alguien a esa situación. Cuán importante debe ser para la impronta de algunas personas el afecto, que su carencia, su brutal desaparición las lleva a hacer estas cosas. Todo por un hombre, por una pareja que se disuelve, como tantas.
Llega el lunes. A la escuela nuevamente. A franquear los recreos y las clases. A fingir, a disimular, a intentar que nadie haga una pregunta o a, en tal caso, limitarse al “nada”, al “estoy bien”.
Al finalizar la semana el niño es dado de alta y Mariana se hace cargo de él. Le da de comer, lo cuida, lo baña, duerme con él, intenta, dentro de tanta bruma, de tanto dolor, jugar con él y arrancarle una risita. Los días pasan. Mariana llega al colegio cada vez mas cansada, se le cierran los ojos mientras la profesora de Historia les habla de la conquista de América. Es comprensible, no duerme. El niño se despierta a menudo, llora, y aunque Mariana quiere llorar con él retiene las lágrimas y lo acuna, le canta, intenta transmitirle una calma que no tiene, una alegría que se le ha marchitado, pero que sabe que es lo que el niño más necesita. Y sus noches transcurren así, rodeados ambos de fantasmas, de pesadillas que a veces son más confortables que el mundo que encuentran al despertar.
El domingo Mariana se siente mal. Un dolor repentino y agudo en el estomago la quiebra, se tira al piso, llora, patalea. Le pide, le suplica al padre indiferente que la lleve al médico. El padre hace oídos sordos, le ordena que no sea caprichosa, que se la aguante, que ya se le va a pasar. Después de mucho sollozo y griterío el padre accede a llevarla al hospital. El viaje en el auto es tremendo. Mariana se desase del dolor; el padre le grita, la reta. Le diagnostican apendicitis. Le dan calmantes y programan una serie de estudios para corroborar el diagnostico. En caso afirmativo habrá que operar. Mantienen a Mariana internada una semana, semana en la cual el sobrino queda a cargo de una tía de Mariana. Ella quiere ver al niño, quiere asegurarse de que esté bien, de que come, de que está limpio.
La operan.
Mariana vuelve a su casa. El lunes vuelve al colegio.
Los profesores le piden que intente concentrarse más, que se acercan los exámenes de fin de año, que estudie. Pero Mariana tiene cosas más importantes que hacer. Debe cuidar un niño, debe curarse, debe cuidar a su hermano. Si, Mariana estudia, pero no le alcanza. Probablemente repita el año, quizás deje la escuela.
El sábado a las tres de la mañana parejas entran y salen de los hoteles, chicos y chicas ingresan a boliches, personas miran películas, otros duermen, algunos se pelean. Mariana se despierta, creyó oír voces. El niño duerme placido a su lado, ha dormido 2 horas seguidas por primera vez desde que está con su tía. Mariana lo mira. La mitad de su cara se ilumina por la luz de la calle que entra por la ventana. Mariana sonríe. Está feliz. No sabe bien porque, tampoco se lo pregunta. Simplemente tiene la sensación de que algo está bien, de que en océanos completos de escoria, de mugre, de porquería, ella ha podido hacer algo bueno. Y así se recuesta, pensando en los fantasmas que nunca se irán, en las vidas que ya no vendrán, en los sueños que ya no serán. Antes de cerrar los ojos y dormirse (aunque el pequeño berreará en unos minutos) Mariana se permite una lágrima, quizás dos. No más. Sabe que no será fácil nada de lo que los espera. Sabe que tiene a su lado a un niño que perdió a su hermano. Un niño al que su madre quiso matar. Al que su padre no quiso. Mariana seguramente ignora lo traumático del asunto, ignora lo insuperable y doloroso de algunas marcas. Pero aunque lo supiera, aunque lo sospechara diría lo mismo. Diría eso que antes de cerrar los ojos susurra al niño al oído.
Todo va a estar bien.

El cronista.


Reflexión

*Por El instigador de brumas

La historia que se acaba de contar es real. Mariana no se llama Mariana y es una chica que existe realmente. Los hechos son reales. La historia fue referida por una profesora de la chica. Jamás con la intención de ser expuesta aquí. Sin embargo, el que escribe ha considerado expositivo, ejemplificante, iluminador contar la historia de esta muchacha. Simplemente para pensar lo siguiente. En la actualidad se habla mucho de inseguridad, de violencia, de pena de muerte, de linyeras ociosos, de desocupados cómodos, etc. Incluso alguien ha llegado a decirme que los delincuentes delinquen porque en la cárcel la pasan bien. He creído entonces constructivo, positivo, hablar de esto mirándolo desde otro sitio. En verdad desde un sitio no esquivo, no oculto; un sitio coherente. Pregunto (y esta pregunta es la pregunta, es la que debemos hacernos cada vez que juzgamos apresuradamente) ¿Que le podemos pedir al chico de 1 año que cuida Mariana? Un pibe al que su madre le mató al mellizo, de quien probablemente la madre termine muriendo por suicidio, al que la madre quiso matar, al que el padre no quiso, al que cría su tía con otros mil problemas... ¿que le podemos pedir cuando crezca? ¿Que no mate, que no robe, que no viole? ¿Se lo podemos pedir? ¿Con que derecho? Mariana proviene de una familia como muchas, es ella una indudable perla incrustada en la basura. Pero no podemos pedir que sean todos como Mariana, que todos salgan adelante así, que tengan esa bondad, esa entrega. Mismo porque la mediocre clase media no tiene de que jactarse, con su egoísmo y su individualismo, pasando por su ignorancia y su pasividad frente a la influencia. Y la clase alta, los oligarcas de siempre, con toda la educación a su servicio siguen explotando gente y afanándose recursos a diestra y siniestra. Entonces ¿qué le dio la vida al nene ese de 1 año?, ¡1 año! como para que él le devuelva algo, como para que el piense en la vida de otros. El argumento más patético, que de tan patético ya no sé si es fascista, pediría que ese pibe aprenda de su experiencia y no repita su historia, que no cargue con la mochila espeluznante de tanto desamor, tanta tristeza. Ese argumento es atroz. ¿Quien lo esgrime? principalmente ignorantes y aquellos que tienen por único leiv motive ganar mas y mas dinero.
Para muchos la historia de Mariana podría ser un cuento, una tragedia griega o shakesperiana con un final optimista. Pues no, es una historia real, y el optimismo es el primer paso para la aceptación de la triste realidad, para pensarla, y desde nuestro humilde lugar, intentar cambiarla, mas no sea desde las letras y el proceder cotidiano, el dialogo, la discusión, que quizás a alguien puedan hacerle pensar ciertas cosas.
Lo importante, más que nada, es entender que ese niño está condicionado, como lo estuvo su familia, su madre, su padre. Generaciones de marginados, de dolientes, de explotados, de ineducados, de los relegados y discriminados de la sociedad es lo que causa tanto dolor. El dolor de Mariana, del niño, aun el dolor de la hermana de Mariana (porque a esos actos solo se llega con una dosis de dolor y sufrimiento altísima; no seamos ingenuos) es culpa de todos. Ese niño de un año no tiene libertad. Cualquier persona racional en el siglo XXI sabe que las vivencias de una persona en sus primeros años de vida son importantísimas, fundamentales, condicionantes. Lo mejor que podemos hacer es intentar detener la cadena de dolor. No mirar al niño, cuando quizás tenga 8 años y ande por la calle robando, fumando paco, a los 14 matando a alguien y decir: “pendejo hijo de puta, a estos hay que meterlos en la cárcel, hay que matarlos, son irrecuperables” o como ciertos nefastos ex ministros porteños que “el niño que mata es primero asesino y luego niño”; ese niño es ante todo una persona que sufre. Una persona que sufre y sufrió muchísimo, más de lo que la mayoría de nosotros nos podemos imaginar. Pero bueno, es la solución más fácil, más impulsiva, más irracional. Ese niño es irrecuperable, es cierto, pero ¿vamos a seguir dañándolo, haciéndolo sufrir porque no pudo superar su maldita experiencia y mandándolo a la cárcel, al paredón? Ese pibe va a necesitar de una sociedad que por primera vez se haga cargo de él, que lo contenga, que le dé, -aunque a la mayoría de los fachos (y que lamentablemente en este país la mayoría de las personas tienen un facho adentro) les parezca ridículo- amor. El método es discutible, hay muchas opciones. Pero la cárcel es más violencia, más dolor, más injusticia para el que ya recibió demasiado de eso. Es fácil decir desde debajo de las sabanas, desde debajo de las colchas, desde al lado de la estufa que el pendejo que se crió viviendo amparado por un puente en inviernos helados y ahora te roba el auto es un “hijo de puta”, pero pocos piensan que tal vez, si ellos no roban autos, es porque tuvieron una educación, una vida digna, amor, padres, calor, techo, agua, comida, limpieza, inserción social, e infinitos etc. que separan al burgués del marginado. Podrán ofrecer contraejemplos, si, es la salida más común del hombre común: “Que yo conozco a un linyera que rehízo su vida y ahora atiende un negocio y se lleva bien con todo el mundo”. Sí, eso es real, pero que haya sucedido no significa que deba ser siempre así. Ese tipo tuvo, dentro de quizás marañas de miseria, suerte. Insisto: no podemos pedir que ese contraejemplo sea la ley.
He aquí tal vez uno de los temas más de fondo, más implícitamente recurrentes y fundantes del capitalismo como sistema idiosincrásico del hombre: la libertad. La libertad que nos venden que tenemos, la libertad de elegir, la libertad de cambiar la historia, la libertad de vivir solos sin el otro (o con el otro como objeto para ser pisoteado y explotado), la libertad germen de la omnipotencia, de la soberbia. Lo hemos dicho en otras ocasiones: la libertad es la ficción más grande y potente del capitalismo.
Mariana, sus sobrinos, sus padres, sus hermanos. Todos atravesados por la historia. Por su historia y por la de los otros, que en muchos casos es la suya propia. Algunas historias son más arduas que otras, mas difíciles de cargar sobre la espalda. Somos hijos de la historia que nos precede, de la historia que heredamos, que nos viene. No podemos escapar de ella, no podemos negarla. Nuestra historia, entiéndase, es el parámetro de nuestra libertad.





miércoles, 16 de diciembre de 2009

Los lamentables sucesos...

Diario Clarín, martes 15/12/09. Sección “Sociedad”. Se trata el tema del conflicto sucedido el pasado lunes 14/12, en relación con la elección de Rector de la Universidad de Buenos Aires. Los estudiantes realizan reclamos denunciando la ilegitimidad de las condiciones de la elección y promesas de reformas dejadas en la nada. El Rector es re-elegido en una asamblea relámpago en el anexo del Congreso de la Nación mientras afuera policías y estudiantes se enfrentan violentamente. No entraremos en detalle sobre esto, nos interesa pero este escrito tiene otro fin.

En el artículo hay una fotografía central. En ella un pibe sobresale de la masa de estudiantes que agita grandes banderas de la FUBA y demás agrupaciones. El estudiante destacado sostiene en sus manos una gomera y se dispone a disparar con ella contra los policías. Un pequeño apartado en la nota hace referencia a la foto. En él se leen cosas como la siguiente: “cuesta creer que el barbado (por el estudiante)… tenga intenciones de aportar algo para una universidad mejor”. El periodista opina que probablemente aquel, y todos los que por detrás intentan hacer frente a la policía represora, no representan al resto de los estudiantes de la UBA, quienes en “silencio intentan construir un futuro mejor para ellos y para el país”, en lugar de ir a luchar contra la injusticia que socaba sus derechos.

No es curiosa esta opinión. Es triste, pero no sorprendente.

Decimos que es triste porque es legitimante, es funcional al statu quo de la burocracia universitaria. Parece evidente que sujetos encapuchados, con pañuelos alrededor del cuello, mal vestidos, que intentan impedir una elección de Rector y encima, como si fuera poco, agreden con piedras a la policía, no son sujetos que a esta sociedad o a la universidad pública puedan aportar algo. Más que estudiantes parecen delincuentes. Quizás porque en este país, aun hoy, el que intenta detener la injusticia es un subversivo, un criminal.

Como hemos dicho anteriormente creemos que la educación es el pilar del bienestar y la evolución en una sociedad, en la sociedad. Quienes se preparan como educadores, como futuros investigadores, como profesionales, son principalmente los estudiantes de la universidad. Parece insólito que los violentos tira piedras puedan el día de mañana educar bien a quienes lo necesiten, sin embargo ¿Qué estamos entendiendo por educación? La educación que se necesita no es académica. No es una cuestión de contenidos. Se trata de evolucionar como sociedad en función de una mejor observancia de ciertos valores, de la recuperación de los valores. De la dignidad, la solidaridad, la justicia, la equidad, y demás lugares – en teoría – comunes. Bien podrían argüir que aquel muchacho, pintura de piquetero, de vándalo-asusta-vecinas-de-Belgrano, no tiene pinta de poder inculcar esos valores. Falacia conservadora. Aquel muchacho está luchando por sus derechos. Está impidiendo – o al menos intentándolo – que lo humillen, que pisoteen su educación, su dignidad. Está luchando por lo que cree que le corresponde como ciudadano, en un mundo que verifica cada día más que las cosas corresponden tan solo al que las puede comprar. Ese pibe, ya con su ejemplo, está educando. Porque además no lucha solo por él y por sus compañeros, ni siquiera por el resto de los estudiantes, ese pibe está luchando por todos, incluso, aunque parezca increíble, por los policías que tiene enfrente y a quienes quizás logre golpear con alguna piedra. Porque si el “barbado” no pelea hoy por una universidad más justa, más democrática, más equitativa, mañana quizás los hijos o los nietos de esos policías no puedan acceder a la universidad pública y gratuita. Y porque además todos pagamos para que la universidad sea un lugar de acceso para cualquier ciudadano, aun cuando, por la cantidad de marginados que decide el sistema, muchos no tengan ya oportunidad de utilizarla.
¿Qué se quiere entonces? Se quiere una masa de estudiantes inermes que sigan tozudamente el curso de su educación apolítica y en el futuro ejerzan como profesionales diezmados, sin compromiso, con el solo ímpetu de su bienestar individual. Un conjunto de seres almidonados por el sistema. Seres que allí se quedan: lejos y fuera de la caverna.
La tarea del educador es liberar fronteras, expandirlas e incluir en el mundo ampliado a la mayor cantidad de seres. Eso no es lo que pide el cronista de Clarín. El cronista de Clarín no pide educadores ni profesionales ni investigadores: pide amebas cognoscentes. Porque está comprobado: las amebas le creen más a Clarín.
De cualquier modo hay algo que debe decirse: el camino que eligieron los estudiantes no es el correcto. La cuestión termina por dirimirse en una batalla de asfalto y la crónica que llega a la gente le llega depurada, sin la riqueza del asunto. Los medios de comunicación acaban por exponer la situación en términos de escuela primaria, y lo importante parece ser establecer quien empezó primero, si los estudiante o la policía. Ambos, estudiantes y policía son víctimas de una institucionalidad injusta que fomenta la violencia y la lucha entre los diversos grupos de oprimidos. Estrategia notable. Con las obvias reservas que puede merecer la evaluación del cuerpo policial.
La situación es delicada. Los estudiantes han hecho lo que sus posibilidades, ante la injusta trama burocrática, les permiten. No es su lugar ni el de ningún individuo de la sociedad agredir a otros individuos. Porque debe decirse: en el campo de batalla solo había un bando. El bando de los vencidos.
Hallú y los que ratificaron su mandato llegaron y se fueron bien rápido. Reunidos solo para hacer lo que debían hacer. Lo que debían hacer.
Minutos más tarde a una piba le rompían la nariz, un oficial era golpeado por una piedra, los pibes lloraban por los gases y los policías se escondían detrás de las vallas. El hecho concluía sin más, con el saldo de las balas de goma y el gusto amargo de la frustración. Algunos estudiantes regresaban a sus casas, impotentes, desahuciados, con bronca, mucha bronca. Mientras tanto, ileso, limpio, tranquilo, el flamante Rector de UBA aceptaba entrevistas y explicaba el lamentable suceso desde el cómodo sillón de su despacho en el rectorado.

El instigador de brumas. 

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Todos los males de este mundo

Hoy necesitaríamos definitivamente aquel antídoto spinetteano contra todos los males de este mundo. La receta se nos escapa como jabón de entre las manos, sin embargo algunos alquimistas de burbujas parecen la promesa del futuro.
“Todos los males de este mundo”. Conglomerado de infortunios y desgracias escapados como de una caja de Pandora. De la alcancía de Pandora.
El poder es la maldición del género, la ruina de la especie, hoy, transmutado en su forma más acabada: el dinero, y con él, el mercado. Y así como están los falsos alquimistas, aquellos a quienes encomendamos la salvación – o al menos el stop de la debacle – están los alquimistas reales, los deleznables, los representantes del escombro, los que intentan forzar la caja cada vez mas y extraer de ella toda migaja de mal olvidada. Los que todo quieren transformar en oro.
Aquellos quienes abogamos por la evolución del género humano, los defensores de la educación y el respeto como máxima insignia de la revolución, creemos que el anhelo de poder, el insensato deseo de sentirse superior a otro, es el supremo defecto del hombre. Diversas instituciones y revoluciones han paleado históricamente esa fuerza avasallante que es la praxis de la sentencia hobbesiana: el hombre es el lobo del hombre. Hoy la esclavitud no es un sistema legitimo – a pesar de que en su ilegalidad se lo practique en algunos sitios –; ni aun la servidumbre, el diezmo. No existen tales modos de producción o al menos no son avalados por la superflua conciencia colectiva. Sin embargo existe la explotación, el capitalismo; existe la “apropiación del excedente por parte de la clase que posee los medios de producción”, pero no es lo mismo: ha habido un progreso. Es cierto, no podemos conformarnos. Por supuesto que no, pero reconocer la evolución, lejos de ser fato de conformismo, es conservar la esperanza en un proceso que no se detiene y que, mas no sea lentamente, llegará a buen puerto.
Hoy tenemos al llamado “socialismo del siglo XXI” en América latina, que, lo quiera el optimismo y la esperanza, sabrá desgajar la experiencia soviética y construir un mundo mejor, sin la violencia, sin el ansia destructiva, y con la paciencia de los pequeños pasos que conducen la buena voluntad hacia su fin inequívoco.
Hay ilusión, hay perspectiva, pero el cambio debe ser en la conciencia individual de la “masa”. El pueblo debe dejar de ser la postergada grey, la plebe, esa masa de seres humanos ostentando opiniones ajenas: la doxa contemporánea. El pueblo debe hacerse juicioso, reflexivo de su poder, debe derribar la eterna frontera política que impone la ley de la “calidad persuasiva” sobre la cantidad de voluntades: tal “calidad” es ilusoria, fantochesca, cruel. El pueblo debe erigir su voluntad y llevarla prudente pero segura hasta los confines de la igualdad y la democracia, derrumbar la estúpida realidad del poder representativo y ser, de una vez, una colectividad activa, pensante, legisladora y ejecutora.
Para esto hace falta echar por tierra ciertas estructuras, ciertos obstáculos. El monopolio ideológico del dinero es la terrible verdad del ahora, es la mercantilización del cielo, la legitimación del poder que ha bajado a la tierra, que se ha hecho carne y circula entre nosotros. La plata es el Dios que se ha florecido nuevamente después de muerto; es el junco que nace del estanque pútrido, la redención, la salvación. No hay ya otro cielo que el faraónico; la acumulación es la verdad. El comportamiento parece obedecer al mundo de las pirámides, pareciendo que nuestras riquezas nos acompañarán al otro mundo, al cielo que es la tierra sobre el cielo.
Sin embargo los cielos son renuentes a recorrer las calles, generalmente se quedan allí, lejos de los problemas, postulándose como la mentirosa organización del escapismo, con sus gerentes y diplomáticos, sus corresponsales, sus espías y sus maquinas, sus agentes de comercio, sus tesoreros. Pero en las calles se adolece, se clama, se gime, se muere. Y la organización carece de funebreros.
Pero bien, tampoco alejémonos nosotros del aquí, por aquí es donde suceden los sucesos.
Es un hecho la conferencia de las Naciones Unidas que se lleva a cabo en Copenhague sobre el cambio climático, problema que es el fiel reflejo de la dinámica de autodestrucción y autoexplotación de nuestro generó, problema que es el desafino perfecto de la música que aman los alquimistas. Los precios del nuevo cielo.
El dinero suficiente para salvar al mundo – tristemente de forma brutalmente literal – es 12 veces menos, dosificado durante 10 años, del que se utilizó para salvar a los bancos y al capital privado en esta última crisis del capitalismo (Ricardo Pestrella, “Dos obstáculos en el camino”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, diciembre 2009). Por tanto es bien claro qué tipo de estructuras permeabilizan la explotación, la dominación, del hombre por el hombre.
Como siempre las letras deben conducirnos a propagar y discutir, jamás a imponer. No olvidemos sentencias tan claras – y esclarecedoras – como aquella de P. Freire: “a elegir se aprende eligiendo”. Pues la elección libre es hoy la espina mas incrustada del sistema, de ahí el acento en la educación, en la apertura, en la expansión de la conciencia, que va de la mano con la expansión del universo electivo.
La esperanza es la herramienta del revolucionario para encauzar su voluntad. Para creer. Para hacer. Así el pueblo se hará pueblo y los hombres hombres. Así la fe en los cielos se nos escapará como arena entre los dedos, enmudecida por el grito intemperante del hombre común, el grito de igualdad.

El Instigador de brumas











viernes, 30 de octubre de 2009

Bienvenidos

Ante todo saludos.

Bienvenidos a este nuevo espacio. Les damos y nos damos la bienvenida, porque creemos, desde el vamos, en la cooperación, en el aprendizaje mutuo, y en el valor de la experiencia compartida y discutida.
Abrimos este sitio con una pretensión poco ambiciosa, como es toda pretensión de un individuo frente a una masa, de un pensamiento frente a una ideología: la de ser aquello que simplemente se aúna, que llega para prestar el modesto pero imprescindible servicio de ser “uno más”. Por eso es que creemos que sin individuos no existen multitudes opinantes ni ideologías sin pensamientos.
Nuestra tarea, nuestro fin, nuestra intención, es la de sumar, sumarnos, integrarnos al proceso de construcción, o quizás de reconstrucción, de las ideas, de los debates, del intercambio positivo. Creemos en la palabra, creemos en el discurso y creemos, más aun, en los hombres. Por eso, porque creemos en el ser humano y en su potencialidad, en el arte, en la política, en la discusión, en la apertura a nuevas experiencias, en y sobre todo la curiosidad, es que queremos, desde nuestro humilde y sencillo espacio, aportar lo nuestro, nuestro pequeño pero importantísimo esfuerzo hacia la revaluación del pensamiento crítico. Es tal vez por sobre todas las demás improntas, la de contribuir con el fomento de la curiosidad a la reformación del pensamiento liberado y analítico, aquella que más nos convoca.
Atención: Nosotros no encomiamos ni avalamos el criticismo. Sostenemos que la crítica como mero acto improductivo y ocioso no es más que una teorética del estancamiento, una erística estúpida y banal, sin sentido. Apoyamos efervescentemente la critica positiva, que precisamente no se funda en el acto crítico a priori, sino mas bien en el acto de pensar y discutir, de informarse, de informar, pues estamos seguros que solo reconociendo lo positivo en lo dado es como se puede progresar hacia la expansión de esa positividad, hasta que llegue el día en que, quizás desbordados de verdades, seamos capaces de reconocer lo uno en lo múltiple, el amor en las distancias físicas, la igualdad en la diferencia: el día en que la oferta y la demanda sean una y la misma porque cada cual tiene lo que necesita y corresponde.
Mientras tanto miraremos al horizonte como aquello hacia lo que se tiende, caminando, siempre caminando hacia él, y valorando cada paso, mas no sea un progresar cansino y lento, pero hacia delante, hacia aquel fin, que será de una vez la negación oportuna de la utopía como categoría social, política, estructural. Que nos queden las utopías borgianas, mas no las que atentan contra la evolución de nuestros pueblos.
Nos encomendamos a lo que resulte, y sin vergüenza de caer en lugares comunes, sabemos que el camino se funda caminando, como a aprender se aprende aprendiendo y en la discusión nos ejercitamos discutiendo. Será el devenir nuestra ruta, solo con la certeza de que la buena voluntad oficiará de constante.


Por la liberación de mentes, de atavíos ilusorios, de vanaglorias.


Bienvenidos.