martes, 29 de diciembre de 2009

La historia de Mariana

Lo encontraron en Morón a las 18 hs. Inconsciente, como drogado, tirado en una esquina. Eusebio tiene 11 años. Había desaparecido cuando iba a la escuela, de mañana. Mariana se puso como loca cuando se enteró que su hermano no había entrado nunca a la escuela. Llamaron al padre y le avisaron. En seguida se puso a buscarlo con sus amigos de la comisaria y por suerte lo encontraron más tarde como ya se ha dicho. Qué situación angustiante, qué experiencia traumática para Eusebio.
“Son cosas que suceden” le dicen las amigas a Mariana en el recreo del día siguiente, acostumbradas a ciertas situaciones que a algunos nos son severamente lejanas y espantosas. Están en segundo año de polimodal, tienen dieciséis años. Las profesoras las observan mientras comentan el suceso del día anterior. “Hay que contenerlos”, “Los contenidos ya dejaron de ser lo primordial”, “Nuestro trabajo no es ya enseñar Química, Física, Lengua, Historia, nuestro trabajo es darles una formación moral para manejarse en el mundo lo mejor posible”, “Una educación humana, social”. Las chicas se distraen charlando sobre chicos; lo de Eusebio ya pasó, ya se solucionó. Quizás cada una de ellas tenga historias semejantes para contar; hermanos ya traumados, vidas ya traumadas, marcadas por el fuego estigmatizante de la historia precoz. Sin embargo hay historias que desbordan, que colman lo esperable. Hay historias que paralizan, y de tanto que paralizan, se vuelve necesario contarlas y distribuirlas, para que la parálisis se procese al fin, y de ella podamos sacar una movilización positiva, una negación de la inerme quietud ante lo trágico.
Una tarde, 5 meses después de lo sucedido, Mariana recibe una llamada. Desde el hospital le informan que su hermana está muy mal. Parece que los sobrinos de Mariana también están internados, graves. Dos niños tienen 1 año y otro cuenta 7. Mariana acude rápidamente al hospital y allí le informan que al parecer todo se debe a una intoxicación. Sospechan de alimentos en mal estado o vencidos, la especulación más probable, más esperable. Error. Lo “más probable” es una categoría arbitraria, relativa. Lo más probable para un medico de clase media es quizás impensado para una familia disfuncional y pobre de Libertad. Mariana se entera que su hermana, angustiada por pelearse con su marido (y violentada en su fuero interno por vaya a saber uno qué mareas voluptuosas, suicidas) ingirió veneno para ratas, del cual también dio a tomar a sus hijos. La desesperación, la increíble y voraz decisión de “ya nada importa”, de “ya nada tiene sentido”, y desplegar eso, bajo un instinto negador de toda racionalidad hacia “el resto del mundo”, lleva a cometer los actos más viles y cruentos. De cualquier modo, qué lejos está quien escribe, y los probables lectores, de contar con la capacidad suficiente para evaluar el asunto en toda su complejidad.
Uno de los mellizos muere rápidamente por inanición. Desde que los internaron no quiso comer. El chico de 7 años, quizás por su consciencia más reacio a ingerir el veneno, se encuentra mejor y con una probable recuperación rápida. La hermana de Mariana está bastante grave, está deshidratada y puede fallecer en cualquier momento. Es quien ingirió mayor cantidad de veneno.
Al día siguiente Mariana va a la escuela. No tiene ánimo de copiar, pero copia. Tampoco quiere hablar con nadie, ni contar lo que le está pasando, pero charla de chicos con sus amigas. Quisiera poder irse antes de tiempo, romper la silla contra la pared, gritar, llorar, llorar todo el día sin que nadie la moleste. Pero no, no puede, no debe.
Mariana transita el día lectivo pasando casi desapercibida. Los profesores notan algo distinto en ella, pero bueno, “todos tenemos malos días”.
Mariana pasa por la primaria a recoger a su hermano. Llegan a la casa y prepara la comida. Su madre trabaja todo el día y recién pueden verla un rato por la noche o los fines de semana.
Más tarde van juntos a visitar a la hermana internada y a los niños sobrevivientes. El esposo de su hermana, el que la abandonó, se quedará solo con el chico de 7 años, el único al que quiere. El niño de 1 año tiene un futuro incierto. Su madre internada, irresponsable, enferma. Su padre que no lo quiere. Y Mariana, entonces, decide quedarse con él y cuidarlo. Mariana, que tiene 16 años, que debería pensar en muchachos, en ir a bailar, en divertirse. Pero la diversión y la juventud a muchos les pasan por el costado, los esquivan, los discriminan.
Pasa el fin de semana. El chico de 7 años ya es dado de alta y se muda con el padre. Mientras, el de 1 año permanece en observación; su estado de salud es delicado y su sistema inmunológico inexperto. La hermana de Mariana sigue grave, en estado latente, a punto de expirar a cada segundo.
Uno se pregunta cómo llega alguien a esa situación. Cuán importante debe ser para la impronta de algunas personas el afecto, que su carencia, su brutal desaparición las lleva a hacer estas cosas. Todo por un hombre, por una pareja que se disuelve, como tantas.
Llega el lunes. A la escuela nuevamente. A franquear los recreos y las clases. A fingir, a disimular, a intentar que nadie haga una pregunta o a, en tal caso, limitarse al “nada”, al “estoy bien”.
Al finalizar la semana el niño es dado de alta y Mariana se hace cargo de él. Le da de comer, lo cuida, lo baña, duerme con él, intenta, dentro de tanta bruma, de tanto dolor, jugar con él y arrancarle una risita. Los días pasan. Mariana llega al colegio cada vez mas cansada, se le cierran los ojos mientras la profesora de Historia les habla de la conquista de América. Es comprensible, no duerme. El niño se despierta a menudo, llora, y aunque Mariana quiere llorar con él retiene las lágrimas y lo acuna, le canta, intenta transmitirle una calma que no tiene, una alegría que se le ha marchitado, pero que sabe que es lo que el niño más necesita. Y sus noches transcurren así, rodeados ambos de fantasmas, de pesadillas que a veces son más confortables que el mundo que encuentran al despertar.
El domingo Mariana se siente mal. Un dolor repentino y agudo en el estomago la quiebra, se tira al piso, llora, patalea. Le pide, le suplica al padre indiferente que la lleve al médico. El padre hace oídos sordos, le ordena que no sea caprichosa, que se la aguante, que ya se le va a pasar. Después de mucho sollozo y griterío el padre accede a llevarla al hospital. El viaje en el auto es tremendo. Mariana se desase del dolor; el padre le grita, la reta. Le diagnostican apendicitis. Le dan calmantes y programan una serie de estudios para corroborar el diagnostico. En caso afirmativo habrá que operar. Mantienen a Mariana internada una semana, semana en la cual el sobrino queda a cargo de una tía de Mariana. Ella quiere ver al niño, quiere asegurarse de que esté bien, de que come, de que está limpio.
La operan.
Mariana vuelve a su casa. El lunes vuelve al colegio.
Los profesores le piden que intente concentrarse más, que se acercan los exámenes de fin de año, que estudie. Pero Mariana tiene cosas más importantes que hacer. Debe cuidar un niño, debe curarse, debe cuidar a su hermano. Si, Mariana estudia, pero no le alcanza. Probablemente repita el año, quizás deje la escuela.
El sábado a las tres de la mañana parejas entran y salen de los hoteles, chicos y chicas ingresan a boliches, personas miran películas, otros duermen, algunos se pelean. Mariana se despierta, creyó oír voces. El niño duerme placido a su lado, ha dormido 2 horas seguidas por primera vez desde que está con su tía. Mariana lo mira. La mitad de su cara se ilumina por la luz de la calle que entra por la ventana. Mariana sonríe. Está feliz. No sabe bien porque, tampoco se lo pregunta. Simplemente tiene la sensación de que algo está bien, de que en océanos completos de escoria, de mugre, de porquería, ella ha podido hacer algo bueno. Y así se recuesta, pensando en los fantasmas que nunca se irán, en las vidas que ya no vendrán, en los sueños que ya no serán. Antes de cerrar los ojos y dormirse (aunque el pequeño berreará en unos minutos) Mariana se permite una lágrima, quizás dos. No más. Sabe que no será fácil nada de lo que los espera. Sabe que tiene a su lado a un niño que perdió a su hermano. Un niño al que su madre quiso matar. Al que su padre no quiso. Mariana seguramente ignora lo traumático del asunto, ignora lo insuperable y doloroso de algunas marcas. Pero aunque lo supiera, aunque lo sospechara diría lo mismo. Diría eso que antes de cerrar los ojos susurra al niño al oído.
Todo va a estar bien.

El cronista.


Reflexión

*Por El instigador de brumas

La historia que se acaba de contar es real. Mariana no se llama Mariana y es una chica que existe realmente. Los hechos son reales. La historia fue referida por una profesora de la chica. Jamás con la intención de ser expuesta aquí. Sin embargo, el que escribe ha considerado expositivo, ejemplificante, iluminador contar la historia de esta muchacha. Simplemente para pensar lo siguiente. En la actualidad se habla mucho de inseguridad, de violencia, de pena de muerte, de linyeras ociosos, de desocupados cómodos, etc. Incluso alguien ha llegado a decirme que los delincuentes delinquen porque en la cárcel la pasan bien. He creído entonces constructivo, positivo, hablar de esto mirándolo desde otro sitio. En verdad desde un sitio no esquivo, no oculto; un sitio coherente. Pregunto (y esta pregunta es la pregunta, es la que debemos hacernos cada vez que juzgamos apresuradamente) ¿Que le podemos pedir al chico de 1 año que cuida Mariana? Un pibe al que su madre le mató al mellizo, de quien probablemente la madre termine muriendo por suicidio, al que la madre quiso matar, al que el padre no quiso, al que cría su tía con otros mil problemas... ¿que le podemos pedir cuando crezca? ¿Que no mate, que no robe, que no viole? ¿Se lo podemos pedir? ¿Con que derecho? Mariana proviene de una familia como muchas, es ella una indudable perla incrustada en la basura. Pero no podemos pedir que sean todos como Mariana, que todos salgan adelante así, que tengan esa bondad, esa entrega. Mismo porque la mediocre clase media no tiene de que jactarse, con su egoísmo y su individualismo, pasando por su ignorancia y su pasividad frente a la influencia. Y la clase alta, los oligarcas de siempre, con toda la educación a su servicio siguen explotando gente y afanándose recursos a diestra y siniestra. Entonces ¿qué le dio la vida al nene ese de 1 año?, ¡1 año! como para que él le devuelva algo, como para que el piense en la vida de otros. El argumento más patético, que de tan patético ya no sé si es fascista, pediría que ese pibe aprenda de su experiencia y no repita su historia, que no cargue con la mochila espeluznante de tanto desamor, tanta tristeza. Ese argumento es atroz. ¿Quien lo esgrime? principalmente ignorantes y aquellos que tienen por único leiv motive ganar mas y mas dinero.
Para muchos la historia de Mariana podría ser un cuento, una tragedia griega o shakesperiana con un final optimista. Pues no, es una historia real, y el optimismo es el primer paso para la aceptación de la triste realidad, para pensarla, y desde nuestro humilde lugar, intentar cambiarla, mas no sea desde las letras y el proceder cotidiano, el dialogo, la discusión, que quizás a alguien puedan hacerle pensar ciertas cosas.
Lo importante, más que nada, es entender que ese niño está condicionado, como lo estuvo su familia, su madre, su padre. Generaciones de marginados, de dolientes, de explotados, de ineducados, de los relegados y discriminados de la sociedad es lo que causa tanto dolor. El dolor de Mariana, del niño, aun el dolor de la hermana de Mariana (porque a esos actos solo se llega con una dosis de dolor y sufrimiento altísima; no seamos ingenuos) es culpa de todos. Ese niño de un año no tiene libertad. Cualquier persona racional en el siglo XXI sabe que las vivencias de una persona en sus primeros años de vida son importantísimas, fundamentales, condicionantes. Lo mejor que podemos hacer es intentar detener la cadena de dolor. No mirar al niño, cuando quizás tenga 8 años y ande por la calle robando, fumando paco, a los 14 matando a alguien y decir: “pendejo hijo de puta, a estos hay que meterlos en la cárcel, hay que matarlos, son irrecuperables” o como ciertos nefastos ex ministros porteños que “el niño que mata es primero asesino y luego niño”; ese niño es ante todo una persona que sufre. Una persona que sufre y sufrió muchísimo, más de lo que la mayoría de nosotros nos podemos imaginar. Pero bueno, es la solución más fácil, más impulsiva, más irracional. Ese niño es irrecuperable, es cierto, pero ¿vamos a seguir dañándolo, haciéndolo sufrir porque no pudo superar su maldita experiencia y mandándolo a la cárcel, al paredón? Ese pibe va a necesitar de una sociedad que por primera vez se haga cargo de él, que lo contenga, que le dé, -aunque a la mayoría de los fachos (y que lamentablemente en este país la mayoría de las personas tienen un facho adentro) les parezca ridículo- amor. El método es discutible, hay muchas opciones. Pero la cárcel es más violencia, más dolor, más injusticia para el que ya recibió demasiado de eso. Es fácil decir desde debajo de las sabanas, desde debajo de las colchas, desde al lado de la estufa que el pendejo que se crió viviendo amparado por un puente en inviernos helados y ahora te roba el auto es un “hijo de puta”, pero pocos piensan que tal vez, si ellos no roban autos, es porque tuvieron una educación, una vida digna, amor, padres, calor, techo, agua, comida, limpieza, inserción social, e infinitos etc. que separan al burgués del marginado. Podrán ofrecer contraejemplos, si, es la salida más común del hombre común: “Que yo conozco a un linyera que rehízo su vida y ahora atiende un negocio y se lleva bien con todo el mundo”. Sí, eso es real, pero que haya sucedido no significa que deba ser siempre así. Ese tipo tuvo, dentro de quizás marañas de miseria, suerte. Insisto: no podemos pedir que ese contraejemplo sea la ley.
He aquí tal vez uno de los temas más de fondo, más implícitamente recurrentes y fundantes del capitalismo como sistema idiosincrásico del hombre: la libertad. La libertad que nos venden que tenemos, la libertad de elegir, la libertad de cambiar la historia, la libertad de vivir solos sin el otro (o con el otro como objeto para ser pisoteado y explotado), la libertad germen de la omnipotencia, de la soberbia. Lo hemos dicho en otras ocasiones: la libertad es la ficción más grande y potente del capitalismo.
Mariana, sus sobrinos, sus padres, sus hermanos. Todos atravesados por la historia. Por su historia y por la de los otros, que en muchos casos es la suya propia. Algunas historias son más arduas que otras, mas difíciles de cargar sobre la espalda. Somos hijos de la historia que nos precede, de la historia que heredamos, que nos viene. No podemos escapar de ella, no podemos negarla. Nuestra historia, entiéndase, es el parámetro de nuestra libertad.





miércoles, 16 de diciembre de 2009

Los lamentables sucesos...

Diario Clarín, martes 15/12/09. Sección “Sociedad”. Se trata el tema del conflicto sucedido el pasado lunes 14/12, en relación con la elección de Rector de la Universidad de Buenos Aires. Los estudiantes realizan reclamos denunciando la ilegitimidad de las condiciones de la elección y promesas de reformas dejadas en la nada. El Rector es re-elegido en una asamblea relámpago en el anexo del Congreso de la Nación mientras afuera policías y estudiantes se enfrentan violentamente. No entraremos en detalle sobre esto, nos interesa pero este escrito tiene otro fin.

En el artículo hay una fotografía central. En ella un pibe sobresale de la masa de estudiantes que agita grandes banderas de la FUBA y demás agrupaciones. El estudiante destacado sostiene en sus manos una gomera y se dispone a disparar con ella contra los policías. Un pequeño apartado en la nota hace referencia a la foto. En él se leen cosas como la siguiente: “cuesta creer que el barbado (por el estudiante)… tenga intenciones de aportar algo para una universidad mejor”. El periodista opina que probablemente aquel, y todos los que por detrás intentan hacer frente a la policía represora, no representan al resto de los estudiantes de la UBA, quienes en “silencio intentan construir un futuro mejor para ellos y para el país”, en lugar de ir a luchar contra la injusticia que socaba sus derechos.

No es curiosa esta opinión. Es triste, pero no sorprendente.

Decimos que es triste porque es legitimante, es funcional al statu quo de la burocracia universitaria. Parece evidente que sujetos encapuchados, con pañuelos alrededor del cuello, mal vestidos, que intentan impedir una elección de Rector y encima, como si fuera poco, agreden con piedras a la policía, no son sujetos que a esta sociedad o a la universidad pública puedan aportar algo. Más que estudiantes parecen delincuentes. Quizás porque en este país, aun hoy, el que intenta detener la injusticia es un subversivo, un criminal.

Como hemos dicho anteriormente creemos que la educación es el pilar del bienestar y la evolución en una sociedad, en la sociedad. Quienes se preparan como educadores, como futuros investigadores, como profesionales, son principalmente los estudiantes de la universidad. Parece insólito que los violentos tira piedras puedan el día de mañana educar bien a quienes lo necesiten, sin embargo ¿Qué estamos entendiendo por educación? La educación que se necesita no es académica. No es una cuestión de contenidos. Se trata de evolucionar como sociedad en función de una mejor observancia de ciertos valores, de la recuperación de los valores. De la dignidad, la solidaridad, la justicia, la equidad, y demás lugares – en teoría – comunes. Bien podrían argüir que aquel muchacho, pintura de piquetero, de vándalo-asusta-vecinas-de-Belgrano, no tiene pinta de poder inculcar esos valores. Falacia conservadora. Aquel muchacho está luchando por sus derechos. Está impidiendo – o al menos intentándolo – que lo humillen, que pisoteen su educación, su dignidad. Está luchando por lo que cree que le corresponde como ciudadano, en un mundo que verifica cada día más que las cosas corresponden tan solo al que las puede comprar. Ese pibe, ya con su ejemplo, está educando. Porque además no lucha solo por él y por sus compañeros, ni siquiera por el resto de los estudiantes, ese pibe está luchando por todos, incluso, aunque parezca increíble, por los policías que tiene enfrente y a quienes quizás logre golpear con alguna piedra. Porque si el “barbado” no pelea hoy por una universidad más justa, más democrática, más equitativa, mañana quizás los hijos o los nietos de esos policías no puedan acceder a la universidad pública y gratuita. Y porque además todos pagamos para que la universidad sea un lugar de acceso para cualquier ciudadano, aun cuando, por la cantidad de marginados que decide el sistema, muchos no tengan ya oportunidad de utilizarla.
¿Qué se quiere entonces? Se quiere una masa de estudiantes inermes que sigan tozudamente el curso de su educación apolítica y en el futuro ejerzan como profesionales diezmados, sin compromiso, con el solo ímpetu de su bienestar individual. Un conjunto de seres almidonados por el sistema. Seres que allí se quedan: lejos y fuera de la caverna.
La tarea del educador es liberar fronteras, expandirlas e incluir en el mundo ampliado a la mayor cantidad de seres. Eso no es lo que pide el cronista de Clarín. El cronista de Clarín no pide educadores ni profesionales ni investigadores: pide amebas cognoscentes. Porque está comprobado: las amebas le creen más a Clarín.
De cualquier modo hay algo que debe decirse: el camino que eligieron los estudiantes no es el correcto. La cuestión termina por dirimirse en una batalla de asfalto y la crónica que llega a la gente le llega depurada, sin la riqueza del asunto. Los medios de comunicación acaban por exponer la situación en términos de escuela primaria, y lo importante parece ser establecer quien empezó primero, si los estudiante o la policía. Ambos, estudiantes y policía son víctimas de una institucionalidad injusta que fomenta la violencia y la lucha entre los diversos grupos de oprimidos. Estrategia notable. Con las obvias reservas que puede merecer la evaluación del cuerpo policial.
La situación es delicada. Los estudiantes han hecho lo que sus posibilidades, ante la injusta trama burocrática, les permiten. No es su lugar ni el de ningún individuo de la sociedad agredir a otros individuos. Porque debe decirse: en el campo de batalla solo había un bando. El bando de los vencidos.
Hallú y los que ratificaron su mandato llegaron y se fueron bien rápido. Reunidos solo para hacer lo que debían hacer. Lo que debían hacer.
Minutos más tarde a una piba le rompían la nariz, un oficial era golpeado por una piedra, los pibes lloraban por los gases y los policías se escondían detrás de las vallas. El hecho concluía sin más, con el saldo de las balas de goma y el gusto amargo de la frustración. Algunos estudiantes regresaban a sus casas, impotentes, desahuciados, con bronca, mucha bronca. Mientras tanto, ileso, limpio, tranquilo, el flamante Rector de UBA aceptaba entrevistas y explicaba el lamentable suceso desde el cómodo sillón de su despacho en el rectorado.

El instigador de brumas. 

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Todos los males de este mundo

Hoy necesitaríamos definitivamente aquel antídoto spinetteano contra todos los males de este mundo. La receta se nos escapa como jabón de entre las manos, sin embargo algunos alquimistas de burbujas parecen la promesa del futuro.
“Todos los males de este mundo”. Conglomerado de infortunios y desgracias escapados como de una caja de Pandora. De la alcancía de Pandora.
El poder es la maldición del género, la ruina de la especie, hoy, transmutado en su forma más acabada: el dinero, y con él, el mercado. Y así como están los falsos alquimistas, aquellos a quienes encomendamos la salvación – o al menos el stop de la debacle – están los alquimistas reales, los deleznables, los representantes del escombro, los que intentan forzar la caja cada vez mas y extraer de ella toda migaja de mal olvidada. Los que todo quieren transformar en oro.
Aquellos quienes abogamos por la evolución del género humano, los defensores de la educación y el respeto como máxima insignia de la revolución, creemos que el anhelo de poder, el insensato deseo de sentirse superior a otro, es el supremo defecto del hombre. Diversas instituciones y revoluciones han paleado históricamente esa fuerza avasallante que es la praxis de la sentencia hobbesiana: el hombre es el lobo del hombre. Hoy la esclavitud no es un sistema legitimo – a pesar de que en su ilegalidad se lo practique en algunos sitios –; ni aun la servidumbre, el diezmo. No existen tales modos de producción o al menos no son avalados por la superflua conciencia colectiva. Sin embargo existe la explotación, el capitalismo; existe la “apropiación del excedente por parte de la clase que posee los medios de producción”, pero no es lo mismo: ha habido un progreso. Es cierto, no podemos conformarnos. Por supuesto que no, pero reconocer la evolución, lejos de ser fato de conformismo, es conservar la esperanza en un proceso que no se detiene y que, mas no sea lentamente, llegará a buen puerto.
Hoy tenemos al llamado “socialismo del siglo XXI” en América latina, que, lo quiera el optimismo y la esperanza, sabrá desgajar la experiencia soviética y construir un mundo mejor, sin la violencia, sin el ansia destructiva, y con la paciencia de los pequeños pasos que conducen la buena voluntad hacia su fin inequívoco.
Hay ilusión, hay perspectiva, pero el cambio debe ser en la conciencia individual de la “masa”. El pueblo debe dejar de ser la postergada grey, la plebe, esa masa de seres humanos ostentando opiniones ajenas: la doxa contemporánea. El pueblo debe hacerse juicioso, reflexivo de su poder, debe derribar la eterna frontera política que impone la ley de la “calidad persuasiva” sobre la cantidad de voluntades: tal “calidad” es ilusoria, fantochesca, cruel. El pueblo debe erigir su voluntad y llevarla prudente pero segura hasta los confines de la igualdad y la democracia, derrumbar la estúpida realidad del poder representativo y ser, de una vez, una colectividad activa, pensante, legisladora y ejecutora.
Para esto hace falta echar por tierra ciertas estructuras, ciertos obstáculos. El monopolio ideológico del dinero es la terrible verdad del ahora, es la mercantilización del cielo, la legitimación del poder que ha bajado a la tierra, que se ha hecho carne y circula entre nosotros. La plata es el Dios que se ha florecido nuevamente después de muerto; es el junco que nace del estanque pútrido, la redención, la salvación. No hay ya otro cielo que el faraónico; la acumulación es la verdad. El comportamiento parece obedecer al mundo de las pirámides, pareciendo que nuestras riquezas nos acompañarán al otro mundo, al cielo que es la tierra sobre el cielo.
Sin embargo los cielos son renuentes a recorrer las calles, generalmente se quedan allí, lejos de los problemas, postulándose como la mentirosa organización del escapismo, con sus gerentes y diplomáticos, sus corresponsales, sus espías y sus maquinas, sus agentes de comercio, sus tesoreros. Pero en las calles se adolece, se clama, se gime, se muere. Y la organización carece de funebreros.
Pero bien, tampoco alejémonos nosotros del aquí, por aquí es donde suceden los sucesos.
Es un hecho la conferencia de las Naciones Unidas que se lleva a cabo en Copenhague sobre el cambio climático, problema que es el fiel reflejo de la dinámica de autodestrucción y autoexplotación de nuestro generó, problema que es el desafino perfecto de la música que aman los alquimistas. Los precios del nuevo cielo.
El dinero suficiente para salvar al mundo – tristemente de forma brutalmente literal – es 12 veces menos, dosificado durante 10 años, del que se utilizó para salvar a los bancos y al capital privado en esta última crisis del capitalismo (Ricardo Pestrella, “Dos obstáculos en el camino”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, diciembre 2009). Por tanto es bien claro qué tipo de estructuras permeabilizan la explotación, la dominación, del hombre por el hombre.
Como siempre las letras deben conducirnos a propagar y discutir, jamás a imponer. No olvidemos sentencias tan claras – y esclarecedoras – como aquella de P. Freire: “a elegir se aprende eligiendo”. Pues la elección libre es hoy la espina mas incrustada del sistema, de ahí el acento en la educación, en la apertura, en la expansión de la conciencia, que va de la mano con la expansión del universo electivo.
La esperanza es la herramienta del revolucionario para encauzar su voluntad. Para creer. Para hacer. Así el pueblo se hará pueblo y los hombres hombres. Así la fe en los cielos se nos escapará como arena entre los dedos, enmudecida por el grito intemperante del hombre común, el grito de igualdad.

El Instigador de brumas