martes, 29 de diciembre de 2009

La historia de Mariana

Lo encontraron en Morón a las 18 hs. Inconsciente, como drogado, tirado en una esquina. Eusebio tiene 11 años. Había desaparecido cuando iba a la escuela, de mañana. Mariana se puso como loca cuando se enteró que su hermano no había entrado nunca a la escuela. Llamaron al padre y le avisaron. En seguida se puso a buscarlo con sus amigos de la comisaria y por suerte lo encontraron más tarde como ya se ha dicho. Qué situación angustiante, qué experiencia traumática para Eusebio.
“Son cosas que suceden” le dicen las amigas a Mariana en el recreo del día siguiente, acostumbradas a ciertas situaciones que a algunos nos son severamente lejanas y espantosas. Están en segundo año de polimodal, tienen dieciséis años. Las profesoras las observan mientras comentan el suceso del día anterior. “Hay que contenerlos”, “Los contenidos ya dejaron de ser lo primordial”, “Nuestro trabajo no es ya enseñar Química, Física, Lengua, Historia, nuestro trabajo es darles una formación moral para manejarse en el mundo lo mejor posible”, “Una educación humana, social”. Las chicas se distraen charlando sobre chicos; lo de Eusebio ya pasó, ya se solucionó. Quizás cada una de ellas tenga historias semejantes para contar; hermanos ya traumados, vidas ya traumadas, marcadas por el fuego estigmatizante de la historia precoz. Sin embargo hay historias que desbordan, que colman lo esperable. Hay historias que paralizan, y de tanto que paralizan, se vuelve necesario contarlas y distribuirlas, para que la parálisis se procese al fin, y de ella podamos sacar una movilización positiva, una negación de la inerme quietud ante lo trágico.
Una tarde, 5 meses después de lo sucedido, Mariana recibe una llamada. Desde el hospital le informan que su hermana está muy mal. Parece que los sobrinos de Mariana también están internados, graves. Dos niños tienen 1 año y otro cuenta 7. Mariana acude rápidamente al hospital y allí le informan que al parecer todo se debe a una intoxicación. Sospechan de alimentos en mal estado o vencidos, la especulación más probable, más esperable. Error. Lo “más probable” es una categoría arbitraria, relativa. Lo más probable para un medico de clase media es quizás impensado para una familia disfuncional y pobre de Libertad. Mariana se entera que su hermana, angustiada por pelearse con su marido (y violentada en su fuero interno por vaya a saber uno qué mareas voluptuosas, suicidas) ingirió veneno para ratas, del cual también dio a tomar a sus hijos. La desesperación, la increíble y voraz decisión de “ya nada importa”, de “ya nada tiene sentido”, y desplegar eso, bajo un instinto negador de toda racionalidad hacia “el resto del mundo”, lleva a cometer los actos más viles y cruentos. De cualquier modo, qué lejos está quien escribe, y los probables lectores, de contar con la capacidad suficiente para evaluar el asunto en toda su complejidad.
Uno de los mellizos muere rápidamente por inanición. Desde que los internaron no quiso comer. El chico de 7 años, quizás por su consciencia más reacio a ingerir el veneno, se encuentra mejor y con una probable recuperación rápida. La hermana de Mariana está bastante grave, está deshidratada y puede fallecer en cualquier momento. Es quien ingirió mayor cantidad de veneno.
Al día siguiente Mariana va a la escuela. No tiene ánimo de copiar, pero copia. Tampoco quiere hablar con nadie, ni contar lo que le está pasando, pero charla de chicos con sus amigas. Quisiera poder irse antes de tiempo, romper la silla contra la pared, gritar, llorar, llorar todo el día sin que nadie la moleste. Pero no, no puede, no debe.
Mariana transita el día lectivo pasando casi desapercibida. Los profesores notan algo distinto en ella, pero bueno, “todos tenemos malos días”.
Mariana pasa por la primaria a recoger a su hermano. Llegan a la casa y prepara la comida. Su madre trabaja todo el día y recién pueden verla un rato por la noche o los fines de semana.
Más tarde van juntos a visitar a la hermana internada y a los niños sobrevivientes. El esposo de su hermana, el que la abandonó, se quedará solo con el chico de 7 años, el único al que quiere. El niño de 1 año tiene un futuro incierto. Su madre internada, irresponsable, enferma. Su padre que no lo quiere. Y Mariana, entonces, decide quedarse con él y cuidarlo. Mariana, que tiene 16 años, que debería pensar en muchachos, en ir a bailar, en divertirse. Pero la diversión y la juventud a muchos les pasan por el costado, los esquivan, los discriminan.
Pasa el fin de semana. El chico de 7 años ya es dado de alta y se muda con el padre. Mientras, el de 1 año permanece en observación; su estado de salud es delicado y su sistema inmunológico inexperto. La hermana de Mariana sigue grave, en estado latente, a punto de expirar a cada segundo.
Uno se pregunta cómo llega alguien a esa situación. Cuán importante debe ser para la impronta de algunas personas el afecto, que su carencia, su brutal desaparición las lleva a hacer estas cosas. Todo por un hombre, por una pareja que se disuelve, como tantas.
Llega el lunes. A la escuela nuevamente. A franquear los recreos y las clases. A fingir, a disimular, a intentar que nadie haga una pregunta o a, en tal caso, limitarse al “nada”, al “estoy bien”.
Al finalizar la semana el niño es dado de alta y Mariana se hace cargo de él. Le da de comer, lo cuida, lo baña, duerme con él, intenta, dentro de tanta bruma, de tanto dolor, jugar con él y arrancarle una risita. Los días pasan. Mariana llega al colegio cada vez mas cansada, se le cierran los ojos mientras la profesora de Historia les habla de la conquista de América. Es comprensible, no duerme. El niño se despierta a menudo, llora, y aunque Mariana quiere llorar con él retiene las lágrimas y lo acuna, le canta, intenta transmitirle una calma que no tiene, una alegría que se le ha marchitado, pero que sabe que es lo que el niño más necesita. Y sus noches transcurren así, rodeados ambos de fantasmas, de pesadillas que a veces son más confortables que el mundo que encuentran al despertar.
El domingo Mariana se siente mal. Un dolor repentino y agudo en el estomago la quiebra, se tira al piso, llora, patalea. Le pide, le suplica al padre indiferente que la lleve al médico. El padre hace oídos sordos, le ordena que no sea caprichosa, que se la aguante, que ya se le va a pasar. Después de mucho sollozo y griterío el padre accede a llevarla al hospital. El viaje en el auto es tremendo. Mariana se desase del dolor; el padre le grita, la reta. Le diagnostican apendicitis. Le dan calmantes y programan una serie de estudios para corroborar el diagnostico. En caso afirmativo habrá que operar. Mantienen a Mariana internada una semana, semana en la cual el sobrino queda a cargo de una tía de Mariana. Ella quiere ver al niño, quiere asegurarse de que esté bien, de que come, de que está limpio.
La operan.
Mariana vuelve a su casa. El lunes vuelve al colegio.
Los profesores le piden que intente concentrarse más, que se acercan los exámenes de fin de año, que estudie. Pero Mariana tiene cosas más importantes que hacer. Debe cuidar un niño, debe curarse, debe cuidar a su hermano. Si, Mariana estudia, pero no le alcanza. Probablemente repita el año, quizás deje la escuela.
El sábado a las tres de la mañana parejas entran y salen de los hoteles, chicos y chicas ingresan a boliches, personas miran películas, otros duermen, algunos se pelean. Mariana se despierta, creyó oír voces. El niño duerme placido a su lado, ha dormido 2 horas seguidas por primera vez desde que está con su tía. Mariana lo mira. La mitad de su cara se ilumina por la luz de la calle que entra por la ventana. Mariana sonríe. Está feliz. No sabe bien porque, tampoco se lo pregunta. Simplemente tiene la sensación de que algo está bien, de que en océanos completos de escoria, de mugre, de porquería, ella ha podido hacer algo bueno. Y así se recuesta, pensando en los fantasmas que nunca se irán, en las vidas que ya no vendrán, en los sueños que ya no serán. Antes de cerrar los ojos y dormirse (aunque el pequeño berreará en unos minutos) Mariana se permite una lágrima, quizás dos. No más. Sabe que no será fácil nada de lo que los espera. Sabe que tiene a su lado a un niño que perdió a su hermano. Un niño al que su madre quiso matar. Al que su padre no quiso. Mariana seguramente ignora lo traumático del asunto, ignora lo insuperable y doloroso de algunas marcas. Pero aunque lo supiera, aunque lo sospechara diría lo mismo. Diría eso que antes de cerrar los ojos susurra al niño al oído.
Todo va a estar bien.

El cronista.


Reflexión

*Por El instigador de brumas

La historia que se acaba de contar es real. Mariana no se llama Mariana y es una chica que existe realmente. Los hechos son reales. La historia fue referida por una profesora de la chica. Jamás con la intención de ser expuesta aquí. Sin embargo, el que escribe ha considerado expositivo, ejemplificante, iluminador contar la historia de esta muchacha. Simplemente para pensar lo siguiente. En la actualidad se habla mucho de inseguridad, de violencia, de pena de muerte, de linyeras ociosos, de desocupados cómodos, etc. Incluso alguien ha llegado a decirme que los delincuentes delinquen porque en la cárcel la pasan bien. He creído entonces constructivo, positivo, hablar de esto mirándolo desde otro sitio. En verdad desde un sitio no esquivo, no oculto; un sitio coherente. Pregunto (y esta pregunta es la pregunta, es la que debemos hacernos cada vez que juzgamos apresuradamente) ¿Que le podemos pedir al chico de 1 año que cuida Mariana? Un pibe al que su madre le mató al mellizo, de quien probablemente la madre termine muriendo por suicidio, al que la madre quiso matar, al que el padre no quiso, al que cría su tía con otros mil problemas... ¿que le podemos pedir cuando crezca? ¿Que no mate, que no robe, que no viole? ¿Se lo podemos pedir? ¿Con que derecho? Mariana proviene de una familia como muchas, es ella una indudable perla incrustada en la basura. Pero no podemos pedir que sean todos como Mariana, que todos salgan adelante así, que tengan esa bondad, esa entrega. Mismo porque la mediocre clase media no tiene de que jactarse, con su egoísmo y su individualismo, pasando por su ignorancia y su pasividad frente a la influencia. Y la clase alta, los oligarcas de siempre, con toda la educación a su servicio siguen explotando gente y afanándose recursos a diestra y siniestra. Entonces ¿qué le dio la vida al nene ese de 1 año?, ¡1 año! como para que él le devuelva algo, como para que el piense en la vida de otros. El argumento más patético, que de tan patético ya no sé si es fascista, pediría que ese pibe aprenda de su experiencia y no repita su historia, que no cargue con la mochila espeluznante de tanto desamor, tanta tristeza. Ese argumento es atroz. ¿Quien lo esgrime? principalmente ignorantes y aquellos que tienen por único leiv motive ganar mas y mas dinero.
Para muchos la historia de Mariana podría ser un cuento, una tragedia griega o shakesperiana con un final optimista. Pues no, es una historia real, y el optimismo es el primer paso para la aceptación de la triste realidad, para pensarla, y desde nuestro humilde lugar, intentar cambiarla, mas no sea desde las letras y el proceder cotidiano, el dialogo, la discusión, que quizás a alguien puedan hacerle pensar ciertas cosas.
Lo importante, más que nada, es entender que ese niño está condicionado, como lo estuvo su familia, su madre, su padre. Generaciones de marginados, de dolientes, de explotados, de ineducados, de los relegados y discriminados de la sociedad es lo que causa tanto dolor. El dolor de Mariana, del niño, aun el dolor de la hermana de Mariana (porque a esos actos solo se llega con una dosis de dolor y sufrimiento altísima; no seamos ingenuos) es culpa de todos. Ese niño de un año no tiene libertad. Cualquier persona racional en el siglo XXI sabe que las vivencias de una persona en sus primeros años de vida son importantísimas, fundamentales, condicionantes. Lo mejor que podemos hacer es intentar detener la cadena de dolor. No mirar al niño, cuando quizás tenga 8 años y ande por la calle robando, fumando paco, a los 14 matando a alguien y decir: “pendejo hijo de puta, a estos hay que meterlos en la cárcel, hay que matarlos, son irrecuperables” o como ciertos nefastos ex ministros porteños que “el niño que mata es primero asesino y luego niño”; ese niño es ante todo una persona que sufre. Una persona que sufre y sufrió muchísimo, más de lo que la mayoría de nosotros nos podemos imaginar. Pero bueno, es la solución más fácil, más impulsiva, más irracional. Ese niño es irrecuperable, es cierto, pero ¿vamos a seguir dañándolo, haciéndolo sufrir porque no pudo superar su maldita experiencia y mandándolo a la cárcel, al paredón? Ese pibe va a necesitar de una sociedad que por primera vez se haga cargo de él, que lo contenga, que le dé, -aunque a la mayoría de los fachos (y que lamentablemente en este país la mayoría de las personas tienen un facho adentro) les parezca ridículo- amor. El método es discutible, hay muchas opciones. Pero la cárcel es más violencia, más dolor, más injusticia para el que ya recibió demasiado de eso. Es fácil decir desde debajo de las sabanas, desde debajo de las colchas, desde al lado de la estufa que el pendejo que se crió viviendo amparado por un puente en inviernos helados y ahora te roba el auto es un “hijo de puta”, pero pocos piensan que tal vez, si ellos no roban autos, es porque tuvieron una educación, una vida digna, amor, padres, calor, techo, agua, comida, limpieza, inserción social, e infinitos etc. que separan al burgués del marginado. Podrán ofrecer contraejemplos, si, es la salida más común del hombre común: “Que yo conozco a un linyera que rehízo su vida y ahora atiende un negocio y se lleva bien con todo el mundo”. Sí, eso es real, pero que haya sucedido no significa que deba ser siempre así. Ese tipo tuvo, dentro de quizás marañas de miseria, suerte. Insisto: no podemos pedir que ese contraejemplo sea la ley.
He aquí tal vez uno de los temas más de fondo, más implícitamente recurrentes y fundantes del capitalismo como sistema idiosincrásico del hombre: la libertad. La libertad que nos venden que tenemos, la libertad de elegir, la libertad de cambiar la historia, la libertad de vivir solos sin el otro (o con el otro como objeto para ser pisoteado y explotado), la libertad germen de la omnipotencia, de la soberbia. Lo hemos dicho en otras ocasiones: la libertad es la ficción más grande y potente del capitalismo.
Mariana, sus sobrinos, sus padres, sus hermanos. Todos atravesados por la historia. Por su historia y por la de los otros, que en muchos casos es la suya propia. Algunas historias son más arduas que otras, mas difíciles de cargar sobre la espalda. Somos hijos de la historia que nos precede, de la historia que heredamos, que nos viene. No podemos escapar de ella, no podemos negarla. Nuestra historia, entiéndase, es el parámetro de nuestra libertad.





No hay comentarios:

Publicar un comentario